Dicen Javier Fernández y Ramón de Santiago que el Sporting tendrá deuda cero o casi en enero de 2017 "se lo crean o no". Aclaran no obstante que no se refieren a toda la deuda, sino sólo a la que califican como deuda "no estructural". El resto, la que denominan "estructural", es inevitable que aparezca en el balance y su valor dependerá mayormente de la categoría en la que compita el Sporting (entre 3 y 10 millones).
Es decir, que de los 24 millones de deuda no estructural que había a 30 de junio de 2016 quedarán poco más de 2 millones en diciembre de 2017. O lo que es lo mismo, que pretenden devolver 22 millones en 18 meses "se lo crean o no". Y una vez hecho esto ya puede comenzar el crecimiento deportivo sin retorno "piensen lo que ustedes piensen".
Bien, no tengo una bola de cristal para saber si lo conseguirán o no ya que depende fundamentalmente de ellos, que son los que deciden el destino de los más de 50 millones que ingresan cada año. Pero lo que sí tengo es memoria y desde que sigo la contabilidad del Sporting desde los tiempos de la maricastaña nunca se cumplen las expectativas económicas, ya sea por una causa o por otra. Otros años decían que se optó por invertir mucho en jugadores o en reformar el Molinón y Mareo. La última excusa es que había deuda no contabilizada y que en realidad sí se redujo un montón de deuda, pero como no estaba contabilizada no se puede demostrar a través de las cuentas. Curiosamente todavía tienen la poca vergüenza de defender esos criterios aplicados y amparados por expertos contables, financieros y el auditor. Cierto que ahora, con powerpoints de por medio, parece que entra mejor.
Del mismo modo que los 30 millones que aparecían en el balance de 2015 no indicaban nada, pues había otros 10 millones (que se sepa) no contabilizados tampoco resultará creíble la deuda que figure en el balance a 30 de junio de 2018. No hay que olvidar al respecto que los consejeros, expertos contables, financieros y auditor que han perpetrado tal esperpento siguen siendo los mismos y que por lo visto se siente muy orgullosos de su mierda de criterios contables que vienen a decir que lo que digan las cuentas no vale para nada.
Así que mientras la información financiera siga en manos de incompetentes que no pasarían el primer examen parcial de un curso CCC online o mientras su jeta sea tan desproporcionada que les impida reconocer públicamente que su único criterio contable era el del engaño, a mí me resulta totalmente imposible creer nada de esta gente. Habrá gente que opine lo contrario y habrá otros cuando les tienen delante son incapaces de recordarles sus disparates a pesar de que en este blog se lo facilitamos gratuitamente. A estos, y para terminar con una nota de humor, les recomiendo con todo el cariño del mundo la lectura del chiste del Oso maricón de Pérez Reverte:
Va un cazador por el bosque proceloso, armado con su escopeta de un solo tiro. Viste en plan Rambo: camuflaje, gorro verde y demás. Nacido para matar, como dicen los lejías. Avanza así por la foresta, cauto, el arma dispuesta, cuando ve a un oso que está al pie de un árbol, roncando la siesta: un oso adulto, normal, pardo. De infantería. Al verlo, nuestro cazador se acerca de puntillas como el gato Silvestre, apunta el chopo y desde tres o cuatro metros de distancia le arrea un escopetazo. Y le falla. Al oír el tiro, el plantígrado abre un ojo, mira al cazador, abre el otro ojo, se levanta sacudiéndose las ramitas de pino y las hojas secas de la pelambre, y le dice: «Chaval, has tenido mala suerte. Soy un oso gay, o sea, maricón. Y no me gusta que me disparen a la hora de la siesta. Así que, para escarmentarte, ven aquí, que te voy a poner los pavos a la sombra». Y dicho y hecho; el oso agarra al cazador, y zaca. Lo sodomiza.
El cazador se toma el asunto con muy poca deportividad. «¡Venganza!», grita cuando corre al pueblo más cercano, que casualmente es Eibar. Llega, entra en una armería y pide un fusil mataosos de cinco tiros. Echa atrás el cerrojo y con mano airada mete los cartuchos. Clac, clac, clac, clac, clac. Se va a enterar, piensa tomando de nuevo el camino del bosque. Se va enterar. Avanza así nuestro intrépido y vengativo cazador entre los árboles, el fusil dispuesto para la sarracina, los ojos inyectados en sangre. Y al fin divisa al oso maricón que está de espaldas, entretenido con un panal de rica miel al que da golosos lengüetazos, ajeno a la tragedia que se cierne sobre su vida, y a lo peligroso que se ha vuelto el planeta azul. El caso es que se aproxima con sumo tiento el cazador, apuntando a la osuna cabeza. No quiere fallar, así que se acerca más, y más más. Está a un metro, y el oso sigue a lo suyo. Entonces, con una risa locuela, resuelto al escabeche, el cazador grita de nuevo «¡Venganza!» aprieta cinco veces el gatillo. Bang, bang, bang, bang, bang. Le pega cinco tiros como cinco sartenazos al oso. Y el muy gilipollas falla los cinco. Entonces el oso se vuelve despacio, con mucha flema, y se lo queda mirando. «Hombre -dice- pero si es mi amigo el escopetero». Luego se le acerca, sonriente. «Pues ya sabes, chaval -dice-. Yo Tarzán, tú Jane. Cinco tiros son cinco ñaca-ñacas. Ven, mi vida». El cazador intenta largarse, pero el oso, que es muy ágil aunque no lo parezca, da una especie de salto de ballet y lo trinca. Luego se lo calza cinco veces, una detrás de otra. Cling, cling, cling, cling, cling.
Imagínense ahora a ese cazador volviendo al pueblo -esta vez camina ya con cierta dificultad camino de la armería. Ese cazador que entra en la tienda gritando «venganza» como un descosido. Esa ametralladora que compra. “¿Cuántos tiros le pongo?”, pregunta el armero. «Doscientos», responde. Imagínense luego a ese cazador camino del bosque con la ametralladora colgada, poniéndose alrededor de los hombros y del cuello, con manos temblorosas por la cólera, las cintas de reluciente munición. «¡Venganza!». Y ahora imagínense ese bosque donde canta el mirlo, o lo que cante, y donde las ardillas, asustadas y tímidas en sus ramas, ven pasar al cazador con cara de jinete del Apocalipsis. «¡Venganza!», grita de nuevo el Rambo. Llega así hasta el oso; que es un oso maricón, sí, pero culto, y en ese preciso instante se encuentra leyendo una autobiografía de José María Mendiluce. Y sin más, a un palmo de su cabeza, le dispara la cinta entera. Ratatatatatat. Doscientos tiros uno detrás de otro, sin respirar. Y le falla los doscientos. Entonces el oso lo mira chasquea la lengua, cierra el libro y se levanta despacio, como con desgana. Luego se acerca un poco más al cazador, que se ha quedado de pasta de boniato, le pasa un brazo peludo por los hombros y le pregunta, en tono de confidencia: «Venga, colega. Sé sincero... ¿Tú aquí no has venido cazar, ¿verdad?».
Hola
ResponderEliminarcomo estas ?? si tiene problemas para liquidar sus deudas y hacer un proyecto de la pobreza póngase en contacto con:
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